Dios quiso comunicarse poco a poco en la historia, para que la humanidad pudiera acoger su revelación plena en Jesús. La etapa de preparación a la llegada de Jesús, el Hijo de Dios, se reconoce como Antiguo Testamento, y la etapa que va del nacimiento de Jesús a la vida de las primeras comunidades cristianas se llama Nuevo Testamento.
«El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios». Nuestra fe cristiana tiene estrecha relación con la fe judía, expresada en el Antiguo Testamento, y algunos actos litúrgicos clave en nuestra iglesia, como la Eucaristía, se originan en eventos centrales judíos como la pascua.
En el Antiguo Testamento, Dios elige a Abrahán y a sus descendientes para formar el pueblo de Dios, y realiza una alianza con Moisés, a quien le dio la Ley. El Antiguo Testamento presenta la historia religiosa del pueblo de Dios (llamado hebreo, israelita o judío, según la época). Algunos cristianos identifican el Antiguo Testamento como «Escrituras Hebreas».
En el Nuevo Testamento, Dios se revela en plenitud, dándonos a su Hijo: Jesús, el salvador del mundo. Jesús era judío y reafirmó las creencias centrales del Antiguo Testamento. Con sus palabras y obras nos comunicó que Dios es nuestro Padre; con su misterio pascual realizó la alianza nueva y eterna, y nos dio al Espíritu Santo para que seamos sus discípulos y proclamemos sus enseñanzas. Los libros del Nuevo Testamento conservan las principales enseñanzas de Jesús y las creencias de la comunidad cristiana sobre él.
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