1ª lectura: Zacarías 12,10-11.13,1; Salmo 63(62),2abcd.2e-4.5-6.8-9; 2ª lectura: Gálatas 3,26-29; Evangelio según San Lucas 9,18-24.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que como buen Maestro, nos guía por el camino verdadero que nos lleva a la vida plena.
El Evangelio que meditamos hoy marca un nuevo punto de partida para la comunidad de los discípulos.
Al preguntar a los discípulos qué es lo que la multitud dice de Jesús, hace como un balance de lo que ha sido su misión hasta ahora. Lamentablemente, la multitud no ha sido capaz de descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. La confesión de Pedro muestra que los discípulos sí lo hicieron, mostrando que su misión es ayudar a la multitud a descubrir lo que ellos reconocieron. Pero Jesús les ordena silencio. ¿Por qué? Porque Jesús sabía bien que decir a la multitud la palabra "Mesías" era despertar un sin fin de expectativas que no estaban de acuerdo con su misión. Los judíos esperaban un mesías poderoso que liberara a Israel del dominio de Roma, y "pusiera las cosas en orden"; es decir, esperaban un mesías político, militar y religioso, que devolviera a Israel su antigua gloria. No es ésta la misión de Jesús. Jesús se hizo uno de nosotros para reconciliar todas las cosas con Dios. Pero la multitud no estaba preparada para ver esto, y ni siquiera los discípulos, como lo prueba el abandono que sufrirá Jesús en la Pasión.
Una vez reconocido Jesús como el Mesías de Dios, Jesús les enseña a los discípulos que el camino del Mesías para lograr su misión de salvarnos está lleno de sufrimientos, que van desde el rechazo de las autoridades de los judíos, su "expulsión" del pueblo de Israel, y su condena injusta a muerte. Pero al tercer día resucitará.
Habiendo conocido el camino del Mesías, ahora Jesús enseña el camino del discípulo, que debe seguir a su Maestro: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará". En definitiva lo que enseña Jesús es el camino del amor verdadero, que es exigente, porque implica salir de uno mismo, renunciar a nuestros caprichos, buscar la felicidad del otro, amar hasta el extremo, como Jesús en la Cruz. Es un camino exigente, pero no estamos solos con nuestras fuerzas; el amor de Jesús nos sostiene, porque como dice San Pablo: hemos "sido revestidos de Cristo"; y como dice la profecía de Zacarías: Dios derramará sobre nosotros "un espíritu de gracia", es el amor de Dios el que nos hace capaces de amar. Pero para aceptar su amor, debemos reconocer que lo necesitamos "como tierra sedienta, reseca y sin agua", como dice el salmo, su "amor vale más que la vida", su mano nos sostiene.
Jesús es el único, capaz de sanarnos y salvarnos, es el único capaz de calmar nuestra sed más profunda.
A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a buscar sólo en Él, esta agua capaz de saciarnos; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos ayude a ser como ella, misioneros de este amor, el único capaz de hacernos plenamente felices.
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