Algunas reflexiones de Henri Nouwen, tomadas del libro “Tú eres mi Amado”.
Y se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi hijo, el amado". He leído estas palabras durante años, las he comentado en sermones y clases. Pero recién ahora… es cuando han adquirido un significado mucho más allá de los límites de mi propia tradición. Ellas me llevaron a la convicción interior de que las palabras «Tú eres mi amado» revelaban la verdad más íntima al ser humano, sin distinción de pertenencia a una determinada tradición.
Todo lo que quiero decirte es que «eres el amado (la amada)», y todo lo que espero de ti es que puedas oír estas palabras como dichas para ti con toda la ternura y la fuerza que el amor puede poner en ellas. Mi único deseo es que estas palabras «Tú eres el amado (la amada)» resuenen en el último rincón de tu ser.
Hay una voz, la voz que habla desde arriba y en nuestro interior, y que dice como en un murmullo, o de forma arrebatada: «Tú eres mi amado, en tí me complazco». No es fácil escucharla en un mundo lleno de voces que gritan: «No eres atractivo. Todo lo contrario, eres un ser repulsivo: no vales para nada; eres un ser despreciable, una nada mientras no seas capaz de demostrar lo contrario». Estas voces negativas son tan fuertes y constantes que es fácil darles crédito. Es la trampa de que uno mismo se desvalorice.
Al cabo de muchos años, he podido constatar que la trampa más peligrosa en nuestra vida no es el éxito, la popularidad o el poder, sino el autodesprecio. Es cierto que el éxito, la popularidad y el poder pueden convertirse en fuente de grandes tentaciones. Pero sus cualidades seductoras proceden mayormente de una tentación más importante, que es la del autodesprecio. Cuando hemos llegado a creer en las voces que nos dicen que somos despreciables, indignos de ser amados, a continuación, el éxito, la popularidad y el poder son percibidos fácilmente como soluciones atractivas. La verdadera trampa es la del autodesprecio. Me sorprendo constantemente al comprobar con qué facilidad caigo en esa tentación. En cuanto alguien me acusa o me crítica, en cuanto soy rechazado, me sorprendo a mí mismo pensando: «Está claro. Esto prueba una vez más que soy un don nadie». En vez de enfrentarme con sentido crítico a las circunstancias… tiendo a culpabilizarme, no de lo que he hecho, sino de lo que soy. La cara sombría de mi ser me dice: «No soy bueno. Merezco que me dejen de lado, que me olviden, que me rechacen y me abandonen».
Con cierta frecuencia, el autodesprecio está considerado simplemente como una manifestación neurótica de inseguridad personal. Pero la neurosis es a menudo la manifestación psíquica de una realidad humana sombría y más profunda: la de no sentirse realmente bienvenido a la existencia como persona. El autodesprecio es el enemigo mayor de la vida espiritual porque está en contradicción con la voz sagrada que nos llama «el amado».
Ser amado expresa la verdad más profunda de nuestra existencia.
Hablo de todo esto de una forma tan directa y sencilla porque, aunque mi experiencia de ser amado nunca ha estado ausente por completo de mi vida, tampoco nunca ha llegado a ser en mí la verdad fundamental. Doy vueltas alrededor de ella… y quedo siempre a la búsqueda de algo o de alguien que me convenza de mi condición de amado. Es como si tratara de no oír la voz que me habla desde lo más profundo de mi ser, diciéndome: «Tú eres mi amado, en ti me complazco». Esta voz ha estado siempre presente, pero parece que me era mucho más urgente oír otras voces más fuertes que me decían: «Demuestra que eres algo que vale la pena; haz algo importante, espectacular, poderoso, y luego te ganarás el amor que deseas». Mientras tanto, la voz suave, amorosa, la que habla en el silencio y en la soledad de mi corazón, no era escuchada, o, al menos, no tenía capacidad de convicción. Esta voz suave que me llama «mi amado» me ha llegado por infinitos caminos… Muchas personas me han cuidado con ternura y amor. Se me ha enseñado y educado con mucha paciencia y perseverancia. Se me ha animado a seguir adelante cuando estaba a punto de echarlo todo a rodar y se me ha insistido con amor a que lo intentara de nuevo cuando he fallado. Se me ha premiado y alabado por mi éxito... Pero de alguna manera, todos esos signos de amor no fueron suficientes para convencerme de que era amado. (Por debajo) alentaba una pregunta: si todos los que se preocupan tanto por mí pudieran verme en mi ser más íntimo, ¿seguirían amándome?
Esta pregunta agónica, enraizada en el lado sombrío de mi ser, seguía persiguiéndome y me hacía alejarme del verdadero lugar en el que puede oírse esa voz casi susurrante que me llama «mi amado».
Somos amados. Hemos sido amados íntimamente mucho antes de que nuestros padres, profesores, esposos, hijos y amigos nos hayan amado o herido. Es la auténtica verdad de nuestras vidas.
Escuchando la voz con la mayor atención interior, oigo en lo más íntimo de mí mismo palabras que me dicen: «Desde el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu madre. Te he llevado en las palmas de mis manos, y amparado en la sombra de mi abrazo. Te he mirado con infinita ternura y cuidado más íntimamente que una madre lo hace con su hijo. He contado todos los cabellos de tu cabeza, y te he guiado en todos tus pasos. Adonde quiera que vayas, yo estoy contigo, y vigilo siempre tu descanso. Te daré un alimento que sacie totalmente tu hambre, y una bebida que apague tu sed. Nunca te ocultaré mi rostro. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía.
Me perteneces. Yo soy tu padre, tu madre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará. Somos uno».
Siempre que oigas con gran atención la voz que te llama «el amado», descubrirás dentro de ti el deseo de escucharla intensamente y para siempre. Es como hallar un pozo en el desierto. En cuanto descubras humedad en la tierra, seguirás cavando más profundamente.
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