lunes, 26 de septiembre de 2016

Dios está siempre con nosotros.

El sábado fue un día de emociones encontradas.

A las 8 de la mañana partimos para acompañar a María del Carmen, una de nuestras secretarias parroquiales, que en la jornada anterior había perdido a su hijo, William, luego de una dura batalla contra el cáncer. Esa batalla comenzó hace cuatro meses, cuando le diagnosticaron cáncer de páncreas. En ese momento de dolor y miedo, su mamá le ofreció la posibilidad de hablar con un sacerdote, y William accedió. Cuando hablé con él, encontré a una persona que quería reconciliarse, con Dios y su familia. Se confesó, celebramos el sacramento de la Unción, y después de 10 años, volvió a comulgar. La charla después derivó hacia la lucha que comenzaba contra el cáncer. Le pregunté si iba a luchar hasta el final, por sus hijos, por su familia, por él mismo; y me respondió que sí. Al despedirme lo hallé mucho más tranquilo. Estos meses fueron desgastantes para su familia: convulsiones, incertidumbre en los médicos, medicamentos muy difíciles de conseguir, agregados a una situación económica que ya era muy vulnerable antes de la enfermedad, y ahora se había agravado. Hace un par de semanas, me llamó María del Carmen muy angustiada; su hijo estaba hospitalizado en grave estado. Cuando llegué al hospital lo encontré aislado en una sala, solo con suero. Los médicos le daban horas de vida, ya que las metástasis lo habían tomado por completo, llegándole incluso al cerebro. Volvimos a celebrar la unción, y esperábamos su partida. Sin embargo, al otro día pidió para comer, y caminó por el pasillo. Nadie, en especial los médicos, entendía cómo había salido de tal estado de gravedad. Lo visité esa semana mientras estaba internado. Él no podía hablar, pero se alimentaba, y estaba muy atento a lo que pasaba a su alrededor. En su estadía en el hospital se contagió de neumonía; lamentablemente es común enfermarse en el hospital, ya que los virus están a la orden del día. Luego de recuperado de la neumonía, decidieron darle el alta, para evitar que se contagiara de otras enfermedades. 
La semana siguiente la pasó en su casa. Increíblemente recuperó el habla. Lamentablemente, sus convulsiones le dieron a su familia más de un susto. El jueves pasado, María del Carmen me llamó para decirme que William quería hablar conmigo. Cuando llegué, lo encontré sentado en el jardín. Quería que todos estuviesen presentes, y me dijo : "extrema unción". Me dejó impactado. Hay que "coordinar" muy bien pensamiento y palabra para decir una frase tan complicada. La celebramos. Al finalizar me preguntó: "¿qué hay después de la muerte?" Y hablamos de lo que nos espera a todos. Hasta se permitió sonreír cuando le dije que no sabía si lo iban a dejar entrar al cielo con la gorra de Peñarol. Luego, le dijo a su familia, quiero ir a descansar. Me tomó de la rodilla, y me dijo "gracias". Nunca en mi vida entendí tanto como en este momento que esa palabra decía mucho más que las letras que la componen. Al día siguiente, fue a descansar, pero esta vez, a la casa del Cielo.
El sábado, María del Carmen estaba obviamente triste por la partida de su hijo, pero al mismo tiempo, transmitía una fuerza que ninguno de sus familiares tenía. Ella sabía que se había hecho todo por William, y que él, desde el punto de vista religioso, se había ido de manera inmejorable. También sabía que estas dos semanas fueron un regalo de Dios. William pudo estar en su casa, con su familia, hasta pudo volver a conversar con ellos. La lucha de William nos enseñó a todos, a no bajar los brazos, ni siquiera ante una enfermedad tan terrible como el cáncer.

Luego del sepelio, volví a la parroquia. Me encontré a parte de la comunidad que había comenzado el retiro comunitario gracias a la ayuda del P. Luis Fariello. Este retiro, terminó siendo un regalo para todos. Sentimos fuerte la presencia de Dios en la comunidad reunida para compartir la oración.

A la noche fui a celebrar el matrimonio de Julio y Orquidia, del cual escribí en una publicación aparte.

Al terminar el día, daba gracias a este Dios tan bueno, que está a nuestro lado en la tranquilidad de la oración, en la alegría de la fiesta, pero también, y sobre todo, acompañando nuestro dolor, como Padre bueno que es.

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