lunes, 19 de marzo de 2018

La Carta Pastoral de Adviento de Mons. Parteli: EXHORTACION FINAL.


            Sobre todos nosotros urge el deber de conquistar la verdadera libertad de los hijos de Dios, para poder ser fieles al Evangelio y fomentar en todos los acontecimientos y situaciones los valores del Reino de Dios en el mundo.
            Cada uno de los cristianos debe luchar contra todas las vinculaciones que le atan a un egoísmo personal o de grupo, para que su labor, su profesión, su familia, su negocio, su persona, estén verdaderamente al servicio del Reino, en colaboración con todas las demás personas de buena voluntad.
            Pero además la Iglesia, como Institución, debe desvincularse de toda atadura concreta con cualquier clase de poder público, económico o social, corriendo aún el riesgo de ser perseguida y criticada o de carecer de recursos económicos o de posibilidades de apoyo, para estar siempre al servicio, como Cristo, de los que sufren, de los más pobres y necesitados y dar el testimonio de pobreza que todos los hombres necesitan en función de la justicia y el amor.
            Queremos poner término a esta Carta con un llamado a la conciencia de nuestros hermanos en la fe.
            La pobreza, elegida por el Señor para su vida terrena, nos exige a todos una seria revisión.
            Pobre de espíritu es fundamentalmente quien logra plena libertad para ponerse al servicio de los demás, compartiendo lo que es, lo que hace y lo que posee.
            Nada más alejado de este espíritu de pobreza —indispensable para ser auténticamente cristiano— que el acaparamiento de los bienes que la población necesita. Lo superfluo, lo que no es requerido por la propia necesidad, no puede ser retenido en forma improductiva para el bien común, y menos cuando la angustia y hasta la desesperación muerden el corazón de muchos hermanos nuestros (35).
            Consideramos igualmente pecado de omisión no poner, por comodidad o egoísmo, al servicio de los demás los bienes culturales, morales y familiares para contribuir a la promoción de otras clases sociales, a fin de que participen también de estos bienes.
            Nuestro mensaje es evangélico, está cargado de la urgencia de nuestra responsabilidad. No tiene ningún sentido político, está por encima de cualquier partidismo. Desde ya protestamos por cualquier utilización de esta clase, que pudiera hacerse de nuestras palabras, que están dirigidas a la comunidad católica para su reflexión, buscando la conversión que exige el Señor.
            Estas son las normas de conducta, y de estilo de vida que creemos nuestro deber entregar a los católicos. Decimos la palabra profética: “Quien tenga oídos para oir, oiga” (36).
            Al cerrar esta Carta invocamos a la Virgen Santísima, figura preeminente del Adviento, quien, al aceptar la maternidad del Hijo de Dios aceptó la maternidad de los hombres.
            Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de la Iglesia toda, quiera Ella velar sobre nosotros para hacernos menos indignos de ser discípulos de su Hijo y quiera enseñarnos a proclamar la grandeza del Señor que “hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos” (37). Este fue su canto de gloria al Señor; sea éste nuestro camino y nuestra esperanza.
            Esta esperanza, dinámica de nuestra fe de cristianos, anime nuestros esfuerzos.
            Confiamos, ciertamente, en la capacidad de reacción y en la generosidad de nuestro pueblo, mil veces mostrada en su breve historia.
            Creemos, confirmando nuestra confianza, en la acción del Espíritu y en la potencia de la gracia.
            Creemos que el Reino ha de venir en su plenitud y que todo lo construye misteriosamente.
            Bajo esta luz alentadora deseamos que Cristo, nacido en un pesebre y conocido por el hijo del carpintero de un Pueblito perdido de Galilea, nos enseñe a todos en esta Navidad a “buscar primero el Reino de Dios y su justicia”.
            Dada en Montevideo, a primero de diciembre del año del Señor, mil novecientos sesenta y siete.

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