El
Adviento pide de todos nosotros una profunda conversión del corazón que nos
permita encarnar mejor a Cristo en nuestras vidas y actuar mejor al servicio de
la comunidad humana, para ser signos e instrumentos de unidad, germen y
levadura del Reino de Dios. Para ello debemos, en un sincero examen de
conciencia, y con verdadero espíritu de penitencia, revisar nuestra vida y
descubrir las motivaciones más o menos conscientes que nos llevan a sostener
determinados criterios, a realizar determinadas acciones o a inhibirnos ante
determinados acontecimientos. Debemos saber con seguridad si es nuestra
fidelidad a Cristo la que realmente impulsa nuestras vidas, o si, por el
contrario, perdura todavía arraigado en nosotros el innato egoísmo.
A.
— En torno a la misión de la Iglesia en e! mundo
Circulan comentarios sobre la
predicación de los sacerdotes y sobre la acción de muchos laicos militantes,
lamentando en ellos una falta de espiritualidad, un hablar demasiado de los
problemas sociales.
Si fuera cierto esto que se afirma
tan categóricamente, nosotros seríamos los primeros en lamentarlo, porque indudablemente
la proclamación de la Palabra de Dios y la educación de la fe son la tarea
primordial de la Iglesia.
La Iglesia está en el mundo y es
para el mundo, pero es distinta del mundo. Su misión profética y sacerdotal no
puede, por lo tanto, confundirse con la sociología.
Es posible que alguno no haya
captado con suficiente claridad estas distinciones; por eso juzgamos necesaria
una reflexión profunda acerca de la relación Iglesia-Mundo tan bella y
ampliamente expuesta en los documentos del Concilio.
Pero, por otra parte, es muy cierto
también que no se puede hablar de Dios sin hablar del hombre, ni proponer el
Evangelio sin desarrollar sus consecuencias prácticas (30).
Nos preguntamos qué concepto de la
espiritualidad, de la vida cristiana y de la misión sacerdotal suponen aquellas
críticas dichas en forma tan general. ¿No será que se busca una espiritualidad
cómoda, puramente devocional, que no baje al campo de lo concreto en donde con
el esfuerzo de todos y de cada uno, debe realizarse el plan de Dios, el
desarrollo de la humanidad con todos sus valores espirituales, culturales,
sociales y económicos? ¿No será que se sigue añorando una concepción religiosa
sin compromiso, que no cuestiona el desorden en la organización de la sociedad,
y permite compaginar la vida cristiana con una fácil situación de privilegio
sin responsabilidades?
B. — En torno a la situación
social.
Los cristianos tienen diversas
opiniones y posturas ante la situación social en que vivimos.
Unos, al querer defender valores
concretos que consideran ligados a un orden social determinado, buscan
argumentos para defender la paz, condenan toda violencia e identifican sin más,
toda actitud revisionista con consignas marxistas o planes del comunismo
internacional. Nos preguntamos qué clase de sociedad pretenden defender, o si
ignoran las injusticias que ésta encierra; si han cotejado el orden que
aprecian y la paz que defienden, con el orden y la paz que preconizan la “Pacem
in terris” o la “Gaudium et Spes”. Si así no lo han hecho les pedimos con toda
caridad que midan la responsabilidad en que incurren.
Otros cristianos se inclinan por una
reforma violenta de la sociedad, pensando que los poderosos nunca cederán
voluntariamente sus posiciones de privilegio. A éstos queremos recordarles que
no se puede aceptar cualquier tipo de revolución por el mero hecho de serlo, y
que un cristiano no puede dejar de examinar atentamente los fines que se
persiguen, los medios que se emplean, la situación intolerable, los motivos que
la provocan, y los daños que se causan.
En todo caso, antes de enfrentarse a
los demás, el cristiano debe luchar contra su propio egoísmo. Aquel que, según
el dictado de la recta conciencia, crea que debe elegir este camino, no lo
podrá hacer sin exigirse a sí mismo un desprendimiento y una renuncia totales
para purificar su intención de tal manera que pueda enfrentar el juicio de Dios
sobre la riesgosa opción que ha hecho.
La historia está entretejida de
revoluciones, algunas violentas y otras no. En todas han intervenido innumerables
cristianos. No viene al caso emitir un juicio moral acerca del uso o no uso de la violencia, en aquel
momento y en aquellas circunstancias dadas. Por tocarnos más de cerca, bastaría
recordar la lucha por la independencia de América.
No debemos, sin embargo, dejar de
enaltecer el aporte insustituible de los mártires, los santos y los pensadores,
transformando, con su testimonio y su enseñanza, las mentes, los corazones y
las costumbres. Con ello han prestado un servicio eficaz y permanente al
desarrollo social, puesto que el desarrollo del hombre supone una escala de
valores que no se impone por la fuerza, desde afuera, sino que se logra fundamentalmente
en el combate de cada uno consigo mismo.
Recomendamos a este propósito los
números 19 al 21 de la “Populorum Progressio” que ofrecen tema para una
profunda reflexión acerca de la ambivalencia de todas las cosas, incluso del
desarrollo.
* <^> *
Por lo demás, las opiniones
distintas de los ciudadanos son no solamente lícitas, sino necesarias para
construir la sociedad humana. El Cristianismo sin embargo, no puede confundirse
con una ideología más, que implique opciones determinadas en lo temporal, y por
eso ningún cristiano puede atribuir valor absoluto al sistema de sus
preferencias.
Nuevamente reafirmamos la libertad
del cristiano para optar, en esos problemas, “con la luz de la sabiduría
cristiana y con la observación atenta de la doctrina del magisterio” (31), por
lo cual no todas las opciones posibles, son lícitas para él: algunas son
netamente contrarias al Evangelio.
C. — En torno a las divisiones
entre católicos.
Una serie de hechos debe hacernos
pensar seriamente:
—la
falta de diálogo entre cristianos de diversas tendencias en la concepción del
orden temporal, y entre sacerdotes de diferentes líneas pastorales;
—las
posturas radicales y los juicios duros contra los que no comparten las propias
ideas;
—la
utilización indebida o parcial de textos conciliares y pontificios para
cimentar posiciones y atacar y condenar las de los demás;
—las
acusaciones ligeras y apasionadas de heterodoxia y de connivencia culpable con
sistemas o doctrinas incompatibles con la fe cristiana y las denuncias y
peticiones de censuras a las autoridades civiles o religiosas por esa causa.
Ante estos hechos, por lo demás no
ajenos a la crisis general que sufre el mundo entero, debemos hacer una serie
de puntualizaciones:
El diálogo supone una actitud de respeto
por la parte de verdad que toda persona posee e intenta defender. Nadie puede
encasillarse en su propia ortodoxia para juzgar y condenar a los demás.
Es menester intentar comprender a
los otros, tomando debida cuenta de sus razones y dificultades, de sus problemas
y sentimientos. Nadie puede prescindir de los demás para formar rectamente su
conciencia y menos aún le es lícito al católico pasar por alto el actual
magisterio auténtico de la Iglesia.
No son compatibles con la lealtad y
el amor los escritos difamatorios, y menos aún los que se presentan encubiertos
en el anonimato, porque no se quiere afrontar la responsabilidad
consiguiente. Cada uno debe ser responsable de su opinión en el diálogo
fraterno.
Todos debemos buscar con rectitud de
intención lo que la Iglesia nos enseña en sus documentos, sobre el plan de Dios
en lo referente al orden temporal. No es recto ni ceñirse a la letra olvidando
el espíritu, ni subrayar solamente aquello que favorece la pequeña
interpretación de cada uno.
Es grande, delante de Dios y de la
comunidad cristiana, la responsabilidad de aquellos que, con ligereza, acusan a
otros cristianos de marxistas. Esta siembra calumniosa, que no se detiene ni
ante la misma jerarquía, es de extrema gravedad. Es necesario recordar que la
calumnia obliga en conciencia a la restitución de la fama que se ha lesionado.
La radical divergencia doctrinaria
que separa al cristiano del marxista no ha sido superada. Por eso no es posible
ser cristiano y marxista a la vez. “Ello no obstante, debe distinguirse —como
hacen “Pacem in terris” y “Ecclesiam Suam”— entre las teorías filosóficas sobre
la naturaleza, el origen y el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de
orden económico, social, cultural o político, por más que tales iniciativas
hayan sido originadas e inspiradas en aquellas teorías filosóficas”.
“Teniendo presente esto, puede a
veces suceder que ciertos contactos de orden práctico, que hasta aquí se consideraban
como inútiles en absoluto, hoy por el contrario, sean provechosos, o puedan
llegar a serlo, según dicte la virtud de la prudencia” (32).
El cristiano tiene obligación de
usar la corrección fraterna tal como lo enseña el Evangelio (33). San Pablo fustigó
duramente a quienes elegían jueces ajenos a la comunidad para dirimir sus
diferendos (34). Creemos del caso recordar esta doctrina y práctica
evangélicas, porque es misión de todos
construir la comunidad en el amor.
En definitiva, en estos momentos en
que los católicos tratamos de comprender a los demás cristianos, a los no
cristianos y a los ateos, reconociendo en ellos la existencia de valores
humanos, religiosos y cristianos, y aceptar, al mismo tiempo, nuestros defectos
y errores históricos, nuestras deficiencias y pecados, ¿no sabremos hacer lo
mismo con los demás católicos; con los que, con mejor o peor éxito, intentan
ser fieles a Jesucristo en la Iglesia Católica?
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