Comparada con épocas anteriores, la nuestra puede
jactarse con razón, del dominio que ejerce sobre la naturaleza. Mediante la
tenaz aplicación de su inteligencia y de su trabajo, el hombre desarrolla las
industrias que le permiten hacer uso de las riquezas del mundo, al mismo tiempo
que lo ayudan a forjar su propia personalidad, incitándolo a trabajar,
disciplinar sus costumbres, investigar e inventar, a lanzarse con audacia y
correr los riesgos de empresas nuevas.
“Pero,
por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad, ha sido
construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso
económico, la concurrencia como ley suprema de la economía y la propiedad privada
de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni
obligaciones sociales correspondientes”. Semejante liberalismo sin freno ha
generado el imperialismo del dinero que somete a hombres y pueblos a su frío
dominio (24).
Ese
nefasto sistema que esclaviza no es humano y por consiguiente, tampoco es
cristiano. El hombre ha sido creado por Dios para dominar la tierra y
usufructuar sus riquezas, no para ser sometido a ellas como esclavo del metal.
"El
desarrollo debe permanecer bajo el control del hombre. No debe quedar en manos
de unos pocos, o de grupos económicamente poderosos en exceso, ni siquiera en
manos de una sola comunidad política, ni de ciertas naciones más poderosas. Es
preciso, por el contrario, que en todo nivel, el mayor número posible de
hombres y el conjunto de las naciones en el plano internacional, puedan tomar
parte activa en la orientación del desarrollo. Así mismo éste supone la
cooperación orgánica y concertada de las iniciativas espontáneas de los
individuos, de sus asociaciones libres y de la acción de las autoridades
públicas” (25).
Mientras
el poder económico no sea ejercido en forma equilibrada dentro de una visión
global de la sociedad, la agitación será permanente y dará lugar a posturas
extremas, sistemas antagónicos, bloques enfrentados, recursos a la violencia,
asaltos al poder y privaciones de los derechos de quienes queden sometidos al
vencedor de turno.
__* O *__
Esa
mentalidad capitalista, ese imperialismo del dinero, denunciado ya por Pío XI,
ha dividido al mundo en países desarrollados y países subdesarrollados.
Entre
estos últimos se encuentra nuestro Uruguay, que, debido entre otros factores, a
una dinámica corriente de exportaciones, al espíritu de trabajo y ahorro, a la
extensión de la enseñanza y a su organización institucional, pudo lograr en un
pasado relativamente cercano, las condiciones para el establecimiento de una
sociedad democrática, laboriosa, culta y fraternal (26).
Muchos
parecen vivir dentro de los esquemas de ese pasado, insensibles al dolor de un
pueblo sometido a un amargo proceso de involución.
Nosotros,
sacerdotes, que compartimos las angustias de las clases que con mayor
intensidad padecen las consecuencias de la difícil situación económico-social,
sentimos el deber de unir nuestra voz a sus exigencias de justicia.
Nuestro
país no ha podido superar su dependencia del exterior, que durante años fue
elemento preponderante de su crecimiento económico. Por el contrario, ahora sus
exportaciones ya no actúan como el factor dinámico de décadas anteriores, y
además son insuficientes.
En el
sector agropecuario hay importantes problemas relativos al tamaño y forma de
tenencia de los predios, un considerable atraso tecnológico y stocks pecuarios
que no han evolucionado a un ritmo adecuado a las necesidades del país. Somos
en América Latina, de los que menos crecieron industrialmente en la última
década. Un sector de servicios desproporcionado y en gran medida improductivo
gravita negativamente en el conjunto de nuestra economía. Nos devora una
inflación acelerada, de la que algunos obtienen crecientes ventajas, mientras
otros se empobrecen todavía más. (27)
La
especulación, incluido el inicuo acaparamiento de los artículos indispensables
en la mesa de los pobres, el agio y el contrabando sustituyen al sano empeño
productivo. La evasión fiscal impone mayores cargas a los contribuyentes
honestos, al mismo tiempo que injustamente beneficia a los que —sin violencia
moral— la consideran hecho normal. La demora deliberada en la comercialización
de productos básicos y la fuga de capitales (28), movidas por espíritu de
lucro, privan al país de los recursos indispensables para su normal actividad.
Un
estilo de vida fácil —logrado sin el esfuerzo del trabajo socialmente útil— ha
ido penetrando en sectores cada vez más amplios de la sociedad, culminando en
un progresivo “aburguesamiento” que dificulta la necesaria reacción. Tanto más
cuando son intolerables el despilfarro en lujos y los favoritismos irritantes
que fomentan en el pueblo el horror al sacrificio, a la austeridad y al
trabajo.
—*<>*—
Tan
inoperante es atribuir los males presentes a consignas foráneas y a los sindicatos,
como pretender resolverlos con llamados a la democracia, a la libertad y a la
paz social. No aprovechemos las dificultades para privar a los trabajadores de
los medios legítimos que tienen para defender sus derechos, cuando la mayor
parte de las consecuencias de la crisis recaen precisamente sobre las espaldas
de los más necesitados.
No
seríamos justos si no reconociéramos que en la dirección de los asuntos públicos
y privados hay muchas personas íntegras que cumplen con su deber y luchan
lealmente por una sociedad más justa. No todos, sin embargo, aprecian
debidamente la urgencia de las reformas estructurales de fondo que la situación
requiere, y tampoco es infrecuente el caso de quienes, víctimas de la actual conformación
de la sociedad y de sus reglas de juego, son llevados, con repugnancia moral
indudablemente, a procedimientos ilegales y claudicaciones, para poder sobrevivir
frente a la competencia y, mantener su actividad y su nivel de vida.
—*o*—
Una
mirada objetiva y serena a nuestro alrededor nos hace comprobar: un creciente
deterioro de la situación de los pobres y necesitados; de muchos trabajadores y
empleados, que ven subir los precios y disminuir su poder adquisitivo, que
soportan en numerosos casos la desocupación, el despido y la violación de
contratos de trabajo en cuanto a horas de labor y remuneración suficiente; de
la gran mayoría de los pasivos con pensiones y jubilaciones insignificantes; de
familias sin vivienda digna y de novios sin posibilidades de encarar, por la
misma razón, su futuro matrimonio; de niños, algunos sin escuela, y otros
muchos imposibilitados de acceder a los grados superiores de la cultura; de
enfermos mal atendidos e incluso, en algunos casos, a pesar de pagar sus cuotas
a las sociedades pertinentes.
Pensemos
en la gran dosis de violencia que dicha situación comporta para los que la
sufren, sobre todo si consideramos que, mientras se le reconocen sus derechos
teóricamente, en la práctica les son negados dentro del actual ordenamiento
económico-social.
Frente a
esta penosa situación, los católicos pecaríamos de omisión si dejáramos de
poner el máximo empeño en corregirla. Cada uno debe aceptar generosamente su
papel, sobre todo los que por su educación, su situación y su poder, tienen
grandes posibilidades de acción (29).
Quiérase o no, aquellas reformas
estructurales han de venir porque la historia es irreversible. Nosotros no sólo
no podemos resistirlas, sino al contrario, debemos ser sus impulsores, incluso
colaborando con todos aquellos hombres de buena voluntad que, trabajan —en los
diversos órdenes de acción— por la instauración de un nuevo orden centrado en
el hombre, y la promoción de todos sus valores, que en definitiva son valores
evangélicos.
* <0> *
Algo más debe ser dicho. La crisis
del Uruguay, sin mengua de sus aspectos distintivos, se inscribe dentro de la
situación general de América Latina. Es importante tenerlo en cuenta, sobre
todo con vistas a la acción futura. Hemos vivido mucho tiempo de espaldas al
continente al cual pertenecemos, y abiertos a las influencias económicas y
culturales de los países económicamente más desarrollados. Por distintos
caminos hemos llegados hoy a la amarga situación de sabernos tan
subdesarrollados como otros países hermanos, a quienes pudimos creernos
superiores en tiempos mejores, pero definitivamente pasados.
Tal vez sea este el momento de
reencontrar el espíritu del proyecto de quienes hicieron nuestra primera
independencia: la construcción de una Patria Grande donde se actualice la
potencial riqueza, material y humana, del continente, sin pérdida de la
originalidad de cada pueblo.
El desarrollo exige transformaciones
innovadoras, audaces, a veces dolorosas, tributo inevitable de toda ruptura con
situaciones establecidas.
Pensemos,
por último, en el respeto que deben merecernos nuestros hermanos en la fe,
laicos y sacerdotes, que, comprometidos en la acción, cada uno en su lugar, están
presentes en la difícil lucha por la justicia social. Respetemos los diversos
modos de pensar, siempre que honradamente se busque ajustar el mundo a la
voluntad de Dios, según los verdaderos valores del Reino. Somos diferentes y
tenemos que amarnos complementarios. Pero apoyemos con respeto y amor a los
que, siguiendo su conciencia, “tienen hambre y sed de justicia”, especialmente
cuando son denigrados y acusados, aunque no coincidamos con sus opciones
concretas en el quehacer temporal.
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