CARTA PASTORAL DE ADVIENTO
DEL SEÑOR
ADMINISTRADOR APOSTOLICO DE
MONTEVIDEO
Mons. CARLOS PARTELl
Y LOS REPRESENTANTES DE SU
PRESBITERIO
A LA COMUNIDAD ARQUIDIOCESANA
1967
A
LA COMUNIDAD ARQUI DIOCESANA:
El adviento es el tiempo de
preparación a la venida del Señor:
—que
vino a encarnarse en la historia de la humanidad;
—que
viene a cada uno de nosotros y al mundo a través de nuestra actividad eclesial;
—que
vendrá definitivamente, en la Parusía, para recapitular en Él toda la creación.
Por eso el Adviento ilumina el
dinamismo de la humanidad y de la historia, da sentido al peregrinar de la
Iglesia, nos abre a las inconmensurables dimensiones del futuro y alienta
nuestra esperanza en el retorno del Señor.
Nos ha parecido conveniente
aprovechar este tiempo litúrgico, para dirigirnos a todos los católicos de
nuestra Arquidiócesis con el fin de reflexionar juntos sobre nuestra misión de
Iglesia en las presentes condiciones que vive el pueblo de nuestro país.
I)
LA VENIDA DEL SEÑOR
La
venida del Señor, única en su plenitud y en su misterio, se presenta y se revela
a los hombres en las distintas intervenciones de Dios en la historia humana. Y
así hablamos de una venida de ayer en Belén, de hoy por la Iglesia y de mañana
en la Parusía.
El Señor
viene a traer la Paz, que es parte esencial de su mensaje (1), anunciada ya en
su nacimiento (2), predicada por sus discípulos (3) y comunicada por Él
enseguida de la Resurrección (4). Paz que no se identifica con la blandura ni
el conformismo, sino que es reconciliación y compromiso con Dios y con los
hombres, unión con el Padre y caridad fraterna entre las personas, los pueblos
y las naciones.
Para
instaurar su Reino de Paz habrá que hacer frente, como Cristo con decisión v
valentía, al pecado, al egoísmo, a la dureza del corazón, a la injusticia
personal y colectiva. EÍ viene a traer la Paz como heraldo que es de la Justicia.
Nos habla de la Justicia del Reino de Dios (5), es decir: de la santidad. Son
felices quienes tienen hambre y sed de esa justicia (6) y quienes son
perseguidos por tratar de establecerla (7). Justicia que, además de exigirnos a
cada uno una adecuación personal a la voluntad de Dios, exige también una
adecuación de la sociedad, de sus instituciones y estructuras al Plan de Dios.
Por eso es Reino de Paz que, paradojalmente, supone violencia (8), pues llega a
introducir la espada que divide aún en el seno de la familia (9), y trae a los seguidores
de Cristo, como la trajo para Él mismo, la persecución (10).
Este
Reino de Dios está caracterizado por una especial solicitud por los más pobres
y necesitados, entre los cuales nació, a los que se revela en primer lugar
(11), a los que coloca como signo de que ha llegado Su Reino porque son
evangelizados (12), a los que declara “felices” en su primera Bienaventuranza
(13) y en cuya real y eficaz ayuda pone el motivo de nuestro quehacer y el
criterio para nuestra salvación o condenación (14).
II)
LA IGLESIA CONTINÚA LA VENIDA DEL SEÑOR
Si bien
la Iglesia tiene un destino escatológico de salvación, que sólo podrá alcanzar
su plenitud al final de la Historia, Ella recibe desde ya la misión de anunciar
el Reino de Cristo y de Dios y establecerlo en medio de las gentes, para ir
formando en la propia historia del género humano la familia de los hijos de
Dios. “Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la
vida divina al hombre, sino que, además, difunde sobre el mundo, en cierto
modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la
persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria
de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos” (15).
Todos
los hombres están llamados y destinados a pertenecer a la Iglesia y a su vez la
Iglesia es para el mundo; pero de todas maneras, esto no nos ha de llevar a
identificar sin más, la evolución de la humanidad con la Iglesia (16), porque
ésta es obra peculiar de Dios: viene de lo alto y tiene su origen en una serie
de iniciativas divinas ordenadas en una historia de salvación, cuyo punto central
es Cristo y su misterio pascual y pentecostal. Pero existe en la historia de
los hombres (17); sin confundirse con ella, entra en simbiosis con esta
historia y, a su vez, se alimenta de ella y le aporta el
principio de su sentido total y último (18).
La
Iglesia no aparta a sus hijos de la acción común de los hombres ni los aliena
de la historia, sino que, por el contrario, con nuevo y original impulso los
quiere solidarios con las preocupaciones de la sociedad y afirma el destino
único de todos los hombres que, en definitiva es, y nosotros lo sabemos, el
Reino de Dios.
De aquí
que todo cristiano, ya pertenezca al laicado, a la vida religiosa o sacerdotal,
tiene una tarea que cumplir en el mundo, cada uno en su propia esfera.
El
laico, de un modo peculiar y propio, busca el Reino tratando y ordenando según
Dios los asuntos temporales (19). Toda situación humana libera o esclaviza al
hombre, puede salvarlo o perderlo. Ordenar según Dios los asuntos temporales es
luchar por la salvación y liberación de todos los hombres, aquí y ahora,
concretando así la obra salvífica de la Iglesia.
El
religioso, de acuerdo a su misión primordial de testimonio de lo que ha de
venir, manifiesta la trascendencia de Dios y anuncia con su consagración que
todo ha de recapitularse en Cristo (20).
El
sacerdote, proclama la Palabra y celebra la Eucaristía, educando la fe para una
madurez cristiana, a fin de que en todos los acontecimientos se pueda ver
claramente cuál es la voluntad de Dios (21), de forma que toda la actividad
temporal quede como inundada por la luz del Evangelio (22).
La
Iglesia, de esta forma, contribuye con todas sus fuerzas a la paz social, “que
no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de
las fuerzas. La paz se construye día a día en la instauración de un orden
querido por Dios que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”
(23). Por eso la Iglesia se hace, como Cristo, abogada de la Justicia y de la
Paz. En los últimos tiempos ha propuesto una doctrina de la vida social en la
cual un dinamismo de progreso social ha ido ocupando un lugar cada vez mayor
junto a un programa de justicia social.
Los documentos más importantes a este respecto son:
—“Mater et Magistra” y “Pacem in terris” de Juan XXIII;
—“Ecclesiam Suam” y “Populorum progressio” de Paulo VI;
—“Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II; y entre
nosotros la Carta de los Obispos, de la Cuaresma de 1967 sobre “Algunos
problemas sociales actuales”.
La doctrina está dada. Ya es tiempo de comenzar la
acción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario