1ª lectura: Isaías 43,16-21; Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6; Filipenses 3,8-14; Evangelio según San Juan 8,1-11.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que gracias al amor fiel de Jesús nos salva de nuestros pecados y nos regala una nueva vida.
Contemplamos hoy otra escena formidable del evangelio, que merece una meditación mucho más extensa de la que ahora podemos hacer. Pero veamos algunos puntos.
Jesús ha venido predicando sobre la misericordia del Padre, con palabras y obras, y ha anunciado la salvación a los pobres de Dios, a todos aquellos que el fariseísmo había excluido. Esto fue visto por ellos como una amenaza, y comenzaron a buscar la forma de deshacerse de Jesús. Como no encuentran motivos reales de qué acusarlo, comienzan a tenderle trampas.
La trampa que hoy le tienden a Jesús está muy bien pensada. Responda lo que responda Jesús, estará en problemas. Veamos:
Le presentan a Jesús a una mujer hallada en flagrante adulterio. La ley de Moisés era clara, y la sentencia para esta mujer es muerte por lapidación. ¿Y Jesús? ¿Qué dirá al respecto? Si dice que no hay que ejecutarla, como imaginamos, lo acusarán de estar en contra de la ley de Moisés, y por lo tanto, no sería el Enviado de Dios, porque niega la ley que es palabra de Dios para ellos; el Mesías no puede negar a Moisés. Si responde que sí, tiene dos problemas: por un lado, se niega a sí mismo, y toda su predicación, quedando por un farsante; y por otro, tendría problemas con los romanos, que en el tiempo de Jesús se reservaban la sentencia a muerte. Como vemos, parece una trampa sin escapatoria. Por eso, más admiración nos despierta la respuesta de Jesús: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". "Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos". Y de esta manera, Jesús nos enseña que nuestra justicia es limitada. Nosotros juzgamos a partir de los que vemos, es decir, a partir de las evidencias; pero hay elementos que se nos escapan, esto es, qué es lo que pasa por la mente y el corazón de la persona, elementos que Dios sí conoce, y por eso, su justicia es perfecta. Por este motivo, una y otra vez, Jesús nos enseña de palabra y de obra, que no debemos juzgar a nuestros hermanos, que sólo Dios lo puede hacer. Es cierto, la mujer fue encontrada en flagrante adulterio, las evidencias la condenan, pero ¿qué llevó a esa mujer a esa situación?, ¿qué estaba en la mente de la mujer?, cómo se sentía?, ninguno de estos elemento están en el juicio de escribas y fariseos.
El diálogo posterior que Jesús mantiene con la mujer es sanador en todo sentido: primero, al dialogar con ella, le reconoce su dignidad de persona, la admite como a un interlocutor válido, la que no tenía voz por el juicio de fariseos y escribas, la recupera gracias al Maestro; segundo, Jesús rompe la barrera machista que impedía a un hombre a hablar con una mujer extraña; y tercero, la invita a una vida nueva, le ofrece el perdón, pero la invita a cambiar de vida.
Así, una vez más, Jesús cumple las escrituras: "abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas", "hizo algo nuevo", puso un camino "en el desierto y ríos en la estepa", lo hizo para salvar a esta mujer, y a todos nosotros. Por eso, el salmista nos invita a decir, "El Señor hizo grandes cosas por nosotros".
A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale ser misericordiosos como lo es Él; y a María, Madre de Misericordia, que nos ayude a no juzgar, a entender que hay elementos que se nos escapan, y que sólo Dios conoce.
Contemplamos hoy otra escena formidable del evangelio, que merece una meditación mucho más extensa de la que ahora podemos hacer. Pero veamos algunos puntos.
Jesús ha venido predicando sobre la misericordia del Padre, con palabras y obras, y ha anunciado la salvación a los pobres de Dios, a todos aquellos que el fariseísmo había excluido. Esto fue visto por ellos como una amenaza, y comenzaron a buscar la forma de deshacerse de Jesús. Como no encuentran motivos reales de qué acusarlo, comienzan a tenderle trampas.
La trampa que hoy le tienden a Jesús está muy bien pensada. Responda lo que responda Jesús, estará en problemas. Veamos:
Le presentan a Jesús a una mujer hallada en flagrante adulterio. La ley de Moisés era clara, y la sentencia para esta mujer es muerte por lapidación. ¿Y Jesús? ¿Qué dirá al respecto? Si dice que no hay que ejecutarla, como imaginamos, lo acusarán de estar en contra de la ley de Moisés, y por lo tanto, no sería el Enviado de Dios, porque niega la ley que es palabra de Dios para ellos; el Mesías no puede negar a Moisés. Si responde que sí, tiene dos problemas: por un lado, se niega a sí mismo, y toda su predicación, quedando por un farsante; y por otro, tendría problemas con los romanos, que en el tiempo de Jesús se reservaban la sentencia a muerte. Como vemos, parece una trampa sin escapatoria. Por eso, más admiración nos despierta la respuesta de Jesús: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". "Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos". Y de esta manera, Jesús nos enseña que nuestra justicia es limitada. Nosotros juzgamos a partir de los que vemos, es decir, a partir de las evidencias; pero hay elementos que se nos escapan, esto es, qué es lo que pasa por la mente y el corazón de la persona, elementos que Dios sí conoce, y por eso, su justicia es perfecta. Por este motivo, una y otra vez, Jesús nos enseña de palabra y de obra, que no debemos juzgar a nuestros hermanos, que sólo Dios lo puede hacer. Es cierto, la mujer fue encontrada en flagrante adulterio, las evidencias la condenan, pero ¿qué llevó a esa mujer a esa situación?, ¿qué estaba en la mente de la mujer?, cómo se sentía?, ninguno de estos elemento están en el juicio de escribas y fariseos.
El diálogo posterior que Jesús mantiene con la mujer es sanador en todo sentido: primero, al dialogar con ella, le reconoce su dignidad de persona, la admite como a un interlocutor válido, la que no tenía voz por el juicio de fariseos y escribas, la recupera gracias al Maestro; segundo, Jesús rompe la barrera machista que impedía a un hombre a hablar con una mujer extraña; y tercero, la invita a una vida nueva, le ofrece el perdón, pero la invita a cambiar de vida.
Así, una vez más, Jesús cumple las escrituras: "abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas", "hizo algo nuevo", puso un camino "en el desierto y ríos en la estepa", lo hizo para salvar a esta mujer, y a todos nosotros. Por eso, el salmista nos invita a decir, "El Señor hizo grandes cosas por nosotros".
A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale ser misericordiosos como lo es Él; y a María, Madre de Misericordia, que nos ayude a no juzgar, a entender que hay elementos que se nos escapan, y que sólo Dios conoce.
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