1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29; Salmo 67(66),2-3.5.6.8; Apocalipsis 21,10-14.22-23; Evangelio según San Juan 14,23-29.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que porque nos ama elige habitar en nosotros y traernos su paz.
Como digo muchas veces, ésto es algo tan grande, que es difícil comprenderlo en toda su profundidad. Jesús nos dice que, a pesar de nuestros defectos, Él viene a habitar en nosotros. No tenemos, entonces, ningún motivo racional para sentirnos solos, porque Él está siempre en nosotros; pero sabemos que asumirlo a nivel afectivo es un proceso mucho más largo. Pero esta frase obviamente aplica a nuestros hermanos, es decir, aunque algunas cosas de mis hermanos no me gusten, también en ellos habita Jesús, y por lo tanto deberíamos amarlos y respetarlos como lo hacemos con Jesús. Ciertamente que esto no es fácil, pero recordemos que Él nos sostiene con su amor, y es Él quien lo hace posible. Y este amor no es otro que el Espíritu Santo Paráclito, para cuya llegada en Pentecostés nos estamos preparando. Como dice Jesús, el Espíritu Santo nos ayuda a comprender su Palabra y a ponerla en práctica.
Por todo esto sabemos que Él nos da su paz, porque "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rom 8,31). Si su amor nos sostiene, no temeremos aunque las preocupaciones nos cerquen. Porque la paz que nos deja no es ausencia de conflictos, sino paz que nos ayuda a atravesar los conflictos, confiados en que todo pasará, mas su amor por nosotros no pasará.
Con razón el salmo nos invita a cantar con alegría y dar gracias al Señor, por tanto bien que nos regala, sin que hagamos nada para merecerlo. Esta gratuidad de Dios no fue fácil de comprender para los primeros cristianos provenientes del judaísmo, para quienes aún era fuerte el pensamiento de querer agradar a Dios "haciendo cosas" que prescribía la ley de Moisés. Pero la voz del Espíritu Santo, presente en el discernimiento de la comunidad, corrigió el rumbo, y nos enseñó que no es lo que hagamos sino que "somos salvados por la gracia del Señor Jesús" (Hech 15,11).
A este Dios que nos regala su amor, le vamos a pedir que nos ayude a tomar real conciencia de su presencia en cada uno de nosotros; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos ayude a ser misioneros de esa paz que Jesús nos regala, para tantos hermanos que viven en la desesperanza y desesperación.