1ª lectura: Primer Libro de Samuel 3,3b-10.19; Salmo 40(39),2.4ab.7-8.9-10; Carta I de San Pablo a los Corintios 6,13c-15a.17-20; Evangelio según San Juan 1,35-42.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos llama a seguirlo y participar de su amor.
La Iglesia hoy nos regala meditar textos de hermoso contenido vocacional. El primero de ellos nos cuenta la historia del llamado de Samuel, un episodio extraordinario, es decir, que sale de lo común, ya que, no es habitual que el Señor se manifieste de esta manera. Pero los signos extraordinarios requieren del discernimiento de un hermano, de una mediación humana, y es aquí cuando aparece la experiencia del anciano Elí, que escucha al joven Samuel, y lo orienta para que pueda descubrir el llamado del Señor.
También es extraordinario de que Jesús en persona te llame, como le pasó a sus discípulos; cómo nos gustaría tener una experiencia así. Pero quiero destacar tres elementos: primero, la actuación de una mediación madura, la de Juan Bautista, que supo no retener egoístamente para sí a sus discípulos, sino que supo guiarlos para que conocieran a Jesús, el Cordero de Dios; segundo, la invitación de Jesús a que los discípulos comprueben con sus propios ojos dónde vive, y por ende, quién es; y tercero, el llamado se convierte en llamante, o mejor dicho, en animador vocacional de sus hermanos. Es que descubrir nuestra vocación es un regalo tan grande que no resiste ser reservado egoístamente; pide ser compartido con los demás.
Ahora bien: no somos llamados para actuar aisladamenta cual agente de élite o francotirador; como nos recuerda San Pablo, fuimos llamados a formar un Cuerpo, el de Cristo, para lo cual debemos cuidar de no romper con nuestras actitudes la comunión con Dios y nuestros hermanos, y a cuidar nuestro cuerpo, ya que es templo del Espíritu Santo. Fuimos llamados a vivir en comunidad.
Con razón el salmista dice "yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón", porque la Voluntad de Dios es que seamos plenamente felices en unión a Él y nuestros hermanos, y la ley que nos orienta en ese camino es el mandamiento del amor. Por eso, tenemos muchos motivos para decir ¡qué bueno es Dios! y darle gracias, porque "Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Puso en mi boca un canto nuevo", y entonces "Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea".
A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a descubrir nuestra vocación, y a quienes ya la descubrimos, que nos ayude a mantenernos fieles a su llamado; y a María, Madre y Modelo de las vocaciones, le vamos a pedir que nos ayude a ser animadores vocacionales para tantos/as hermanos/as que no han descubierto su vocación, y que nos regale un corazón dócil como ella que nos ayude a decir "Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad".
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