1ª lectura: Isaías 55,1-11; Salmo: Isaías 12,2.4bcde.5-6; 2ª lectura: Epístola I de San Juan 5,1-9; Evangelio según San Marcos 1,7-11.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección."
Celebramos hoy la Fiesta del Bautismo del Señor, es decir, el momento en que Jesús pide a Juan Bautista ser bautizado. Ciertamente que Jesús no necesitaba el bautismo de conversión que predicaba Juan, pero es una muestra más de la pedagogía divina de querer ser igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Este episodio marca un hito en la vida de Jesús, al punto de que después de este hecho Jesús comienza su proclamación del Reino.
Juan Bautista lo había anunciado:"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". Y en el momento de bautizar a Jesús se produce esta manifestación de Dios que dice: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección." Este Hijo es Aquél de quien Isaías dijo: "Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación". Es quien viene a saciar a los hambrientos y sedientos, con su Amor fiel, por eso Isaías llama la atención a quienes buscan saciarse por medio de otras cosas que pasan y que no hacen feliz a la persona.
Pero Dios es tan bueno con nosotros, que a quienes hemos sido bautizados nos regala formar parte del Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, nos regala que todo lo que se diga de Jesús se pueda decir de nosotros. Esto significa que hoy, a cada uno nos dice "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección", y con esta frase nuestra identidad más profunda queda definida para siempre. Frente a tantos que nos subestiman, y nos dicen cosas feas de nosotros, frente a un sistema consumista que busca convertirnos en máquinas de producción y consumo, frente a tanto que nos dicen "sos un número", "tu vida no me importa", haciéndonos creer una identidad falsa, Dios sentencia "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Desde entonces nadie puede decir con verdad que no es amado por nadie, porque nuestra identidad más profunda es la de seres profundamente amados por Dios, con un amor de predilección, con un amor fiel hasta la muerte y muerte de Cruz.
Un regalo tan grande, y tan gratuito porque no hemos hecho nada para merecerlo, no admite ser encerrado egoístamente; pide comunicarse a los demás, y a esto nos invita San Juan en el fragmento de la carta que leímos. El amor a Dios implica el amor a los hermanos, éste es el mandamiento de oro del cristiano. Con este amor es posible, en Jesús, vencer al mundo, en el sentido joánico de vencer todas las fuerzas del odio y la oscuridad.
A este Dios tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a conservar grabadas a fuego en nuestro corazón sus palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera de este amor, le vamos a pedir que nos ayude a comunicar a tantos/as hermanos/as necesitadas de encontrarse con este amor que libera, que salva, que nos hace plenamente felices.
Juan Bautista lo había anunciado:"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". Y en el momento de bautizar a Jesús se produce esta manifestación de Dios que dice: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección." Este Hijo es Aquél de quien Isaías dijo: "Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación". Es quien viene a saciar a los hambrientos y sedientos, con su Amor fiel, por eso Isaías llama la atención a quienes buscan saciarse por medio de otras cosas que pasan y que no hacen feliz a la persona.
Pero Dios es tan bueno con nosotros, que a quienes hemos sido bautizados nos regala formar parte del Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, nos regala que todo lo que se diga de Jesús se pueda decir de nosotros. Esto significa que hoy, a cada uno nos dice "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección", y con esta frase nuestra identidad más profunda queda definida para siempre. Frente a tantos que nos subestiman, y nos dicen cosas feas de nosotros, frente a un sistema consumista que busca convertirnos en máquinas de producción y consumo, frente a tanto que nos dicen "sos un número", "tu vida no me importa", haciéndonos creer una identidad falsa, Dios sentencia "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Desde entonces nadie puede decir con verdad que no es amado por nadie, porque nuestra identidad más profunda es la de seres profundamente amados por Dios, con un amor de predilección, con un amor fiel hasta la muerte y muerte de Cruz.
Un regalo tan grande, y tan gratuito porque no hemos hecho nada para merecerlo, no admite ser encerrado egoístamente; pide comunicarse a los demás, y a esto nos invita San Juan en el fragmento de la carta que leímos. El amor a Dios implica el amor a los hermanos, éste es el mandamiento de oro del cristiano. Con este amor es posible, en Jesús, vencer al mundo, en el sentido joánico de vencer todas las fuerzas del odio y la oscuridad.
A este Dios tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a conservar grabadas a fuego en nuestro corazón sus palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera de este amor, le vamos a pedir que nos ayude a comunicar a tantos/as hermanos/as necesitadas de encontrarse con este amor que libera, que salva, que nos hace plenamente felices.
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