1ª lectura: Isaías 52,7-10; Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6; 2ª lectura: Hebreos 1,1-6; Evangelio según San Juan 1,1-18.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador Todopoderoso de todo lo que existe, y porque nos ama mucho, en Jesús eligió hacerse un ser tan débil y dependiente como un bebé para, siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, reconciliarnos con Él.
Terminó la espera. Dios cumplió su Promesa. Hoy nació el Enviado a sanarnos y salvarnos. Él, que existe desde el principio, y por quien todas las cosas fueron creadas; Él, que es la Vida y la Luz, que llena de sentido y de luz nuestra vida; Él, por Quien fuimos hechos hijos de Dios; Él, el Rey del Universo, que no eligió para nacer un palacio repleto de oro, sino, nacer pobre entre los pobres, en un humilde pesebre, rodeado de animales, pero sobre todo, rodeado del amor y cuidado de su Madre, que lo es también nuestra, María, y su esposo San José; de la compañía de los marginados de su tiempo, representados por los pastores pobres, y por los extranjeros magos venidos de Oriente; Él, que desde su nacimiento vivió el rechazo de tantas puertas que se le cierran; Él, que como dice San Pablo, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos.
Con razón exclama de alegría Isaías: "Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación". Porque Jesús establece la paz, sanando todas las heridas provocadas por el pecado original y reconciliando todas las cosas con Dios, y por eso, al restablecer el Proyecto de amor de Padre, viene a anunciarnos la felicidad y la salvación. Por esto, también Isaías nos invita a gritar de alegría, "porque el Señor consuela a su Pueblo, Él viene a redimirnos... y todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios".
La misma invitación nos la hace el salmista, admirado de las maravillas que hace Dios, un Dios lleno de amor y que es fiel a las promesas realizadas a nuestros primeros padres; un Dios, que como dice la Carta a los Hebreos, luego de hablar a nuestros antepasados en muchas ocasiones y de varias maneras, en Jesús se nos revela por completo.
Él, que es la Luz, viene a iluminar nuestras oscuridades, y a llenar de sentido cada rincón de nuestra vida.
A este Dios, que siendo omnipotente, por amor se hace frágil y dependiente como un bebé, le vamos a pedir que la celebración de esta Navidad nos renueve en la fe y la alegría de sabernos amados por Él; y a María, la fiel custodia de ese frágil bebé Dios, nos ayude a custodiar nuestra fe, para que en esta Navidad sintamos de verdad cómo el amor de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.
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