1ª lectura: Números 11,25-29; Salmo 19(18),8.10.12-13.14; Epístola de Santiago 5,1-6; Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos, y porque nos ama nos llama a ser un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas.
Dice Jesús que el "Espíritu sopla donde quiere", y por eso puede manifestarse a través de personas que, a decir de Juan, "no son de los nuestros". El Espíritu no se deja encerrar en nuestros esquemas. Sabemos con certeza que Él actúa en la Iglesia, pero jamás podemos afirmar que fuera de ella no lo hace; el Espíritu no se deja encerrar. Lo vimos tanto en la primera lectura, donde Moisés hace una expresión de deseo que se vuelve profética, y cuyo alcance desconocía cuando dijo "¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!". Ésto, que en Él es una expresión de deseo, en nosotros es ya realidad, gracias al Bautismo.
Por el Bautismo, que es actualización del acto supremo de amor de Dios entregado en la Cruz, participamos de su muerte y resurrección; morimos al "hombre viejo" caracterizado por la falta de comunión con Dios y los hermanos, y nacemos a una vida nueva en Jesús. En el Bautismo se "corta" todo lo que nos aleja de Dios. En este sentido es que tenemos que entender las palabras tan duras de Jesús sobre nuestras manos, pies y ojos. No podemos entender este texto en sentido literal, porque entonces seríamos todos lisiados. Jesús nos invita a "cortar" con todas aquellas actitudes y acciones (manos) que rompen nuestra comunión con Dios y nuestros hermanos; a "cortar" con la actitud de "correr tras otros dioses" (pies) que nos llevan a la frustración y perdición como personas; y a "arrancarnos" esa mirada (ojos) siempre pronta a juzgar a nuestros hermanos, a ver lo negativo de la realidad únicamente, mirada que nos aleja de Dios y nuestros hermanos. El Bautismo nos libera de todas estas situaciones porque "somos bañados en el amor de Dios", morimos a la condición de seres separados de Dios y resucitamos como miembros de Cristo, Sacerdote, Rey y Profeta. Al formar parte del Cuerpo de Cristo, participamos de su riple condición y así somos pueblo de sacerdotes, reyes y profetas, cumpliéndose de esta manera la profecía de Moisés.
Éste es un regalo muy grande que ciertamente no merecemos. Es nuestra mayor riqueza, no como la de este mundo que, como dice el Apóstol Santiago, se apolilla, herrumbra y nos echa a perder, sino una riqueza que no se pierde. Es un regalo, pero también una tarea, porque no admite ser vivido egoístamente, pide salir, comunicarse. Es un regalo que exige mantener la comunión, viviendo el mandamiento del amor, que es la ley perfecta de la que habla el salmo.
Es un regalo y una tarea. Jesús nos llama a ser sacerdotes que ofrezcan cada día su vida por amor a Él y los hermanos; a ser profetas, que anuncien al pueblo el inmenso amor de Dios que nos salva a un mundo que ha perdido el sentido; y reyes, corresponsables del crecimiento de la comunidad.
A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia de este regalo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos permita ser como ella, misioneros de este amor que es el único que nos sana y salva.