sábado, 21 de octubre de 2017

Domingo XXIX durante el año, ciclo A,

1ª lectura: Libro de Isaías 45,1.4-6; Salmo 96(95),1.3.4-5.7-8.9-10a.10c; 2ª lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 1,1-5b; Evangelio según San Mateo 22,15-21.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos llama, tal como somos, a ser misioneros/as de su amor.

Celebramos hoy el Domingo Mundial de las Misiones, y es una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestra vocación misionera.

¡Qué lindo es leer en la profecía de Isaías “Yo te llamé por tu nombre”! Si bien Dios llama a toda la humanidad a una existencia en el amor, este llamado es personalizado, es decir, no llama a una masa de individuos; llama a cada uno/a, con sus defectos y virtudes, por su nombre, como hijos/as amados/as que somos de Él.

¿A qué nos llama? A ser misioneros/as de su Amor, un amor hasta el extremo, un amor que “se la juega”, como vemos en el texto del Evangelio que meditamos hoy.

En este texto encontramos una vez más a los fariseos y sus secuaces tratando de atrapar a Jesús. Su forma de actuar es extremadamente hipócrita. Se acercan a Jesús halagándolo, diciéndolo todo lo bueno que es, tratando de hacerlo entrar en su juego. Jesús, descubriendo su malicia, no se deja enredar en ese mar de palabras azucaradas, sino que va al meollo, denunciando su hipocresía y la trampa que le estaban tendiendo. ¿Cuál es la trampa?: la pregunta que le hacen, es decir: ¿es lícito pagar los impuestos al César o no? Cualquier respuesta por sí o por no dejaba a Jesús en problemas. Si Jesús contestaba que sí, sería acusado de traidor a la causa judía, y de idólatra, al permitir que se “rindiera culto” al César al validar el pago de impuestos con monedas que llevaban su figura. Si contestaba que no, sería acusado de subversivo, de traidor a la causa del Imperio Romano, falta que sería castigada con la muerte; es como un callejón sin salida. Sin embargo, la respuesta de Jesús los pone en un aprieto. Parece simple, pero tiene unas connotaciones muy profundas: “al César lo que es del César; a Dios lo que es de Dios”. Pero, ¿qué es de Dios? La respuesta, una vez más, parece simple pero tiene connotaciones fundamentales: todo es de Dios y, en especial, nuestra vida es de Dios. Por eso, creo que esta respuesta tiene connotaciones que nos permiten reflexionar sobre nuestra relación con Dios, y las “idolatrías” que nos alejan de Él. Por ejemplo: todos tenemos una opción política, o nos sentimos simpatizantes de algún equipo de fútbol; esto es normal, pero estar dispuestos/as a dar la vida por un partido político o un cuadro de fútbol, es otra cosa. Recordemos que sólo Dios no nos falla ni nos falta, en cambio los políticos… Es válido dar la vida por aquello que nos construye como persona, o mejor, por Aquél que quiere que seamos realmente felices; es válido dar la vida por la salvación de nuestros/as hermanos/as, es decir, por su plena felicidad en comunión con Dios y nuestros/as hermanos/as.

A quienes son conscientes de este regalo de amor que es la fe, San Pablo dirige su felicitación, “por haber manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia”; por ser amados por Dios, que ustedes y elegidos/as a ser misioneros/as de su amor, porque éste no sabe vivir sino comunicándose, no resiste ser encerrado de forma egoísta. Por esto el salmista nos invita a anunciar “su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. Porque el Señor es grande y muy digno de alabanza”.

 A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera, que nos regale el coraje necesario para ser misioneros/as de este amor que sana, salva y nos hace realmente felices.

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