lunes, 26 de marzo de 2018

Vía Crucis Encarnado.

Esta tarde tuve una experiencia de Vía Crucis Encarnado. No fue una práctica de piedad ni devoción; pero humildemente creo que fue acción del Espíritu que viene en ayuda de los más necesitados.

Hoy vino a Misa una persona que está muy comprometida en el trabajo social del barrio. También vino Angélica Ferreira, amiga del P. Cacho junto a otra vecina. Al finalizar, les ofrecí traslado a las tres.

Al dejar a Angélica y su vecina, la persona a la que me refiero (no puedo dar datos por lo riesgoso de la situación que voy a relatar), me preguntó si era posible ir a un determinado lugar a ver a otra persona a quien pensaba visitar mañana, pero como estábamos cerca, pensaba que sería bueno pasar hoy. Dije que sí.

Cuando llegamos al lugar, nos encontramos con una vieja camioneta cargada con una mudanza, y un familiar de la persona que visitaríamos. Allí nos enteramos que se estaban mudando en ese momento. La razón: en la noche los habían copado (dentro de este modus operandi de echar a los vecinos del barrio para apropiarse de sus ranchos con fines delictivos), y estaban amenazados. Si se quedaban, no sé qué podría pasar esta noche. Llegué hasta la puerta del ranchito de esta persona, y contemplé una de las escenas más dolorosas que he visto: una familia numerosa, decidiendo qué llevar y qué dejar (inclusive, tomando la dolorosa decisión de dejar mascotas de los niños, que a alguien le puede sonar superfluo, pero que estos niños habían cuidado todo este tiempo). La persona que había venido a Misa me pregunta de la posibilidad de trasladar a los niños a su nuevo hogar, y obviamente dije que sí.

En mi pequeño auto entramos tres adultos, cuatro niños y dos gatitos, que por su tamaño fue posible trasladar. Salimos detrás de la vieja camioneta, que por poco logró vencer uno de los tantos repechos que teníamos en el camino. La marcha lenta de la camioneta, las imágenes que había visto, convirtieron ese traslado en mi Vía Crucis. Detrás de mí, una de las niñas iba llorando. Sus hermanos trataban de consolarla, otro hablaba de los amigos que dejaba, del cambio de escuela, entre otras cosas. Fue un traslado lleno de dolor. El ritmo de la camioneta hacía que de verdad aquello fuese un camino con "estaciones". Sin lugar a dudas, este trayecto era el mismo Jesús, cargando con la Cruz de la injusticia, el dolor, la desprotección de los más desfavorecidos. 

Llegamos a destino. No supe qué decir. Me agradecieron, pero yo seguí con el llanto de esa niña en mi corazón, y la impotencia frente a la situación de tantas personas que como ellas, deben dejar su hogar de manera violenta e injusta.

Y pensar, que me dejo desanimar por "discusiones de sacristía", mientras una niña llora porque tiene que dejar el hogar que habitó desde su nacimiento. 

Sin lugar a dudas, fue una experiencia dolorosa, pero al igual que la Cruz, aportó su lado de Luz. Sin buscarlo, acompañamos a esta familia en un momento muy duro. De alguna manera, hicimos presente a este Jesús que camina a nuestro lado, y carga con nuestros dolores.

Decidí escribirlo por varias razones: porque muchas personas se enteran de estos hechos por los informativos, pero no se enteran del dolor que existe detrás de cada una de estas situaciones. Para mí, estos hechos dejaron de ser noticia; hoy tienen un rostro concreto, y un sonido concreto, el llanto de esa niña. Lo escribo para grabarlo en mi memoria, y para tenerlo presente, cada vez que me desaniman "discusiones de sacristía", mientras Jesús sigue cargando la Cruz junto a los más desfavorecidos.

1 comentario:

  1. Gracias leo por compartir. Una hi
    storia muy dolorosa como vos decis. Y lo q mas duele es q no debe ser la unica familia q padece esta situacion.me pregunto q hacer? Como dar una mano, donde esta el Estado que es quien debe proteger a los mas debiles.algo hay q hacer. Xq sino seriamos complices de esta injusticia? Tantas preguntas


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