domingo, 30 de julio de 2017

Padre Cacho: parábola viva del tesoro escondido.

Reflexión a partir de las lecturas de este domingo.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 3,5-6a.7-12; Salmo 119(118),57.72.76-77.127-128.129-130; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30; Evangelio según San Mateo 13,44-52.

¡Qué bueno es Dios!, que se nos regala como tesoro escondido en el campo; se nos regala pero de una manera que respeta nuestra libertad, de una manera que implica que decidamos si aceptarlo o no. ¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador y Rey del universo, es capaz de abajarse de ser aceptado o no por nosotros.

Hemos leído en estos domingos, diversas parábolas de Jesús acerca del Reino de los Cielos. Es necesario recordar que el Reino de los Cielos es el cumplimiento de la Voluntad del Padre, esto es, el sueño que Dios tiene para todos nosotros, en el que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos. Este Reino se nos regala como un tesoro, pero está escondido, requiere nuestra decisión, nuestra libertad. Este sueño de Dios para nosotros merece que nos entreguemos completamente, "que vendamos todo lo que tenemos" y "compremos el campo donde está el tesoro". Es importante distinguir que se compra el campo, no el tesoro: el tesoro se nos da gratuitamente, pero espera una decisión libre de nuestra parte.

Estamos celebrando los 25 años de la Pascua del Padre Cacho, y él mismo es como una parábola viva y cercana de este Reino de Dios que se nos ofrece como tesoro. Como le gusta señalar a Mercedes Clara, autora del libro “Padre Cacho. Cuando el otro quema adentro”, Cacho es un incansable buscador. Él buscó durante largo tiempo ese tesoro escondido, esa perla preciosa, que para él significaba la presencia de Dios entre los más pobres. Como en las parábolas de Jesús, Cacho escudriñó distintos “campos”, buscó en el “mercado de las perlas”, sentía que esta experiencia le esperaba. Dios había enterrado el tesoro para él, eso lo tenía claro, ¿pero dónde estaba?, ésa es la búsqueda que lo inquieta largo tiempo, que lo lleva a dejar la Congregación Salesiana, viajar a Montevideo, ponerse a disposición de Mons. Parteli, quien interpretando esta búsqueda fue instrumento de Dios para acercarlo “al lugar de la cita” (Mercedes Clara), enviándolo aquí, a nuestra parroquia de Possolo. El P. Miguel Brito lo invitó a conocer la zona de la capilla de La Luz, y si bien, el barrio es humilde, tiene la intuición que no es allí donde Dios escondió su tesoro. Hasta que el Señor, a través de una vecina, lo ayuda a descubrir el campo que buscaba, la zona de Plácido Ellauri. Y Cacho, habiendo descubierto el “lugar de la cita en Aparicio Saravia y Timbúes” decidió venderlo todo, entregarse por completo, dejar atrás todas sus seguridades, y quedarse con ese campo. Cacho fue a buscar el tesoro que para él significaba la presencia de Dios entre los pobres, y como dice “Pirincho”, “él dice que lo encontró”. 

Sabemos que las perlas llegan a ser lo que son luego de un proceso difícil. Y ésta también fue la experiencia de Cacho. La presencia de Dios se va revelando en la cercanía de los vecinos y en la solidaridad que se vive entre luces y sombras. Pero 25 años después, nadie puede negar que ésa experiencia fue una perla preciosa, quizá la más preciosas de las experiencias de encuentro entre Dios y nuestra gente. 

Dios también se nos ofrece a cada uno como un tesoro, el más valioso de todos. Vivimos en una cultura que inventa valores en cosas que no los tienen, es decir, se nos dice que para ser valiosos tenemos que tener lo último, y de buena marca, y hace sentir frustración a quienes no pueden adquirir tales productos; frustración que se traduce en enojo, y éste en violencia. Por eso, estamos invitados a descubrir que no es lo de afuera lo que nos hace valiosos. Es Dios el que nos ha regalado ser valiosos por ser quien somos, no por lo que tenemos, y nos tiene reservado el más grande de los tesoros, la felicidad completa con Dios y nuestros hermanos. Pero no se nos impone. A nosotros nos toca “vender” nuestros “campos”, “nuestras posesiones”, en definitiva, reconocer que nada en este mundo tiene la capacidad de hacernos felices, como sí la tiene Dios. 

Cacho nos demostró que es posible ser feliz aún en medio de las más duras condiciones de vida; es posible si descubrimos el tesoro del amor de Dios, y nos entregamos por completo a Él.

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