sábado, 28 de abril de 2018

Domingo V de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 9,26-31; Salmo 22(21),26b-27.28.30.31-32; Epístola I de San Juan 3,18-24; Evangelio según San Juan 15,1-8.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel al amor que nos tiene, y por eso, es "el que permanece" por excelencia.

Este verbo, permanecer, es el favorito en la Biblia para hablar de Dios, es el verbo que mejor lo describe. Dios es el que permanece: porque es eterno, porque existió, existe y existirá siempre; también porque es el Fiel por excelencia: permanece junto a nosotros, a pesar de nuestro pecado, nuestras infidelidades, nuestras traiciones, etc. Como dice el Señor en la profecía de Isaías: “aunque la madre se olvide de sus hijos, yo no me olvidaré de ti” (Is 49,15). Él no nos abandona. Somos nosotros lo que muchas veces nos alejamos de Él, y por eso experimentamos su lejanía.

Por esto Jesús nos propone, en el ejemplo de la vid, permanecer unidos a Él como las ramas al tronco, para recibir de Él la Gracia para tener una vida plena. Sólo unidos a Él podemos dar los frutos que Dios espera. No es al revés. No es que hay que hacer cosas que nos hagan merecer estar unidos a Jesús, sino que, hay que permanecer unidos a Jesús para que lo que hagamos sea de acuerdo a su Voluntad, para que lo que hagamos dé frutos de amor.

El evangelista complementó las enseñanzas de este texto con su primera Epístola. Decía antes que "no es que hay que hacer cosas que nos hagan merecer estar unidos a Jesús, sino que, hay que permanecer unidos a Jesús para que lo que hagamos sea de acuerdo a su Voluntad". Pero a esta enseñanza hay que agregar que no sólo hay que permanecer unidos a Jesús de palabra, sino también de obra, porque como dirá en otro pasaje, "no puedo decir que amo a Dios sin amar a nuestros hermanos". La clave para permanecer en Él, es vivir el mandamiento del amor.

Los Apóstoles nos dan testimonio de esta comunión con Jesús, la vid verdadera. Hoy leímos el testimonio de Saulo y Bernabé. Bernabé es esa persona que cumple fielmente su misión, y se retira en silencio con la conciencia de que "somos siervos que no hacían falta, hemos hecho lo que debíamos hacer". Fue el encargado de ayudar al joven Saulo a hacer el proceso de discipulado luego de su encuentro con Jesús Resucitado que lo convirtió en el San Pablo, el Apóstol de las naciones. San Pablo nos dará testimonio de que "ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."  

No obstante, aún hoy nuestra fe necesita una poda de vez en cuando. Muchas veces empezamos a acomodar a Dios, al Evangelio, a las enseñanzas de su Iglesia de acuerdo a nuestras ideas. De vez en cuando es bueno que nuestras ideas entren en crisis y volvamos a la fuente, a la fe verdadera que nos trasmite Jesús en el Evangelio a través de su Iglesia.

Sólo manteniéndonos unidos al tronco, que es Jesús, podremos recibir la savia, su Gracia, que nos permita tener una vida plena, y producir frutos de amor agradables al Padre.

A Él le pedimos que nos regale seguir creciendo en la fe; y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer unidos a su Hijo, como los sarmientos a la vid.

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