jueves, 23 de marzo de 2017

El P. Cacho y el agua de la roca.

Una interpretación de la vida del Padre Cacho a la luz de las lecturas del domingo pasado.

Domingo III de Cuaresma, ciclo A.
Lecturas:
Éxodo 17,3-7; Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9; Romanos 5,1-2.5-8; Evangelio según San Juan 4,5-42.

El evangelio que contemplamos el domingo pasado relata el encuentro de Jesús con la samaritana. En dicho episodio, Jesús cruza varias fronteras. 
Primero, como el mismo texto lo explica, los judíos no se hablaban con los samaritanos, por una herencia de enemistad que llevaba siglos (para informarse, puede hacer click aquí). Jesús rompe una primera frontera más política, aunque en Palestina, política y religión están unidas; es una frontera llena de prejuicios que impiden ver al otro como persona (ni siquiera son dignos de entrar en diálogo con los judíos). Samaría es un lugar al que, si pueden, los judíos lo saltean. Es una zona que les gustaría borrar del mapa. Los samaritanos son marginados para los judíos.
Segundo, sentado en el pozo de Jacob y con sed, le pide a una mujer samaritana que le dé de beber. Al mismo tiempo, Jesús cruza dos fronteras: entra en diálogo con alguien de Samaría; y éste alguien es mujer. La mujer no tenía los mismos derechos civiles ni religiosos que el hombre. Una mujer dependía totalmente de su padre hasta la edad de 12 años. A esta edad, se celebraban normalmente los desposorios, y un año después tenía lugar el matrimonio. A partir de entonces la mujer pasaba a depender totalmente del marido. Éste podía divorciarse; la mujer, no. En el templo, la mujer no podía pasar del atrio reservado a los gentiles y a las mujeres. En el culto de la sinagoga no jugaba papel alguno. Solamente se limitaba a escuchar. En los juicios su testimonio no valía. En resumen, la mujer estaba considerada como menor de edad y una posesión del hombre. (Palestina en tiempos de Jesús). Es decir, que la mujer sólo puede dialogar en el ámbito de su familia, pero además, su palabra no tiene peso significativo. El gesto de Jesús es revolucionario, reconoce como un interlocutor válido, con la misma dignidad que Él, a una persona marginada por su procedencia y por su género. Al pedirle agua, Jesús se pone en lugar del necesitado, Él necesita de esta marginada, y esta marginada, quien para los judíos no tiene nada valioso para dar, ahora descubre lo contrario.
Pero el diálogo no es tan fácil. La samaritana es una mujer herida de tanta marginación, y discute suavemente con Jesús sobre su origen, y sobre las palabras que después le dirige Jesús acerca del agua viva. Es necesario cruzar otra frontera, la que cada uno construimos para defender nuestra intimidad, y Jesús lo hace dándole a entender a la mujer que conoce su historia y sus heridas; esto termina derrumbando la muralla que ella tenía. Ahora, "la que no tenía nada válido para dar" se convierte en misionera de Jesús, y lo va a contar a sus vecinos, tan marginados como ella. Al encontrarse con Jesús encuentran en Él todo lo que la mujer les había dicho.
De esta manera, cruzando fronteras, Jesús ayuda a los samaritanos marginados a descubrir su dignidad, y los integra al camino como adoradores en espíritu y verdad.
En este encuentro resuena la primera lectura donde, para calmar la sed del pueblo, Dios hace brotar agua de la roca mediante el golpe del bastón de Moisés. La actitud de Jesús "golpea suavemente" los corazones de los samaritanos, esas "piedras de tropiezo" para los judíos de las que no puede salir nada bueno, y hace surgir de ellos esa agua viva que habita en ellos desde la Creación, esas "semillas del Verbo" como decía San Justino.

El P. Pablo Bonavía dice que el Padre Cacho es como una Parábola encarnada del Evangelio, y coincido plenamente con él. 
Cacho, igual que Jesús, es un "Cruzador de fronteras". Se siente necesitado de un encuentro vivo con Jesús, y lo va a buscar a ese lugar que muchos quieren saltearse, que muchos quisieran "borrar del mapa". Vive como un vecino más entre hombres y mujeres que viven en una situación tal de marginación, que ni siquiera se sienten "gente". Son personas a las que parte de la sociedad hegemónica les ha trasmitido que no valen nada, que son un desperdicio y que por tanto merecen vivir entre la basura. Cacho llega al barrio no como un mesías, sino como alguien que tiene sed, que está necesitado, y ésto provoca una revolución en el barrio. Su manera de relacionarse, amando y aceptando a todos tal como son, con defectos y virtudes, es un "suave golpe" de Dios a los corazones de quienes son calificados como piedras de tropiezo para la sociedad, de las que no puede salir nada bueno. Y esta presencia amorosa hace que de la roca brote agua viva para el pueblo. Al entablar un diálogo de igual a igual con los vecinos los ayuda a tomar conciencia de su dignidad y riqueza, de que "son gente", personas muy amadas y valiosas para Dios, y que tienen una riqueza interior que poco a poco descubren.
El diálogo no es fácil. Los vecinos están muy heridos por una situación de discriminación que los lleva a vivir y trabajar entre la basura. Esas heridas son difíciles de curar, y a veces se expresan con violencia hacia los propios vecinos, o hacia aquél que con su modo de vivir los está promoviendo. Sin embargo, Cacho no retrocede, sigue dando oportunidades, con la conciencia que la última frontera, la que ponemos cada uno de nosotros es muy difícil de cruzar, y sólo se derrumba desde dentro.
Como también dice el Padre Bonavía, en definitiva, Cacho es un "catalizador", un agente que facilita procesos, que ayuda a descubrir la riqueza que habita en cada uno de nosotros por el inmenso amor de Dios.
A los 25 años de su Pascua, aún nos queda mucho por asumir... pero como dice San Pablo, sabemos que nuestra esperanza no quedará defraudada.

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